domingo, 24 de mayo de 2009

con olor a riel, parte 2

-Llegamos al andén con planes para una recorrida que nos ocuparía lo que quedaba de día. Estábamos a punto de sacar los boletos cuando se nos acerca una señora y en un perfecto alemán que no comprendimos nos regala dos pasajes para todo el día y para dos de las secciones en las que se dividen las estaciones de la ciudad de Berlín. Locos de contento (no nos imaginábamos que la gente regalara el boleto cuando no lo necesitaba más) consultamos el mapa para ver hasta dónde podíamos llegar y decidimos ir a los puntos más alejados posible. Así, en un primer intento llegamos a una zona fabril sin mucho recorrido turístico posible, pero de donde nos llevamos la imagen de la fábrica de Osram (que hasta ese momento creí que era argentina) y donde pudimos corroborar que de verdad las fábricas tienen chimeneas. La segunda parada fue en Spandau, un ¿barrio? chiquitísimo donde también vimos que son de verdad las casas alemanas de las figuritas. Para completar la recorrida decidimos ir a pie hasta una estación de subte relativamente cercana y en el camino descubrimos la Zitadelle, un castillo que no sólo fue usado durante el nazismo como edificio militar y laboratorio químico para armas químicas, sino que además alberga una colonia de diez mil murciélagos frugívoros. Entramos y lo visitamos, y recorrimos los parques crujientes de castañas espiando una incipiente recepción de matrimonio. Hermoso día. Gracias, señora anónima.

-Un frío de terror y una lluvia espantosa hicieron que nos decidiéramos por hacer una serie de combinaciones en la red de subtes londinenses para llegar a algún sitio. Dejando atrás la estación Z, bajamos en la estación A para combinar con la B. Doblamos a la izquierda, a la derecha, subimos, y volvimos a doblar quién sabe cuántas veces. Siempre siguiendo los carteles indicativos que, dicho sea de paso, eran más que claros y enumeraban las estaciones siguientes, podando estratégicamente aquéllas por las que ya había pasado el tren que llegaría al andén. Llegamos al andén de la estación B. Llega el subte. Nos subimos. Escucho por el altavoz que nombran la siguiente estación. Me quedo pensando en el modo en que pronunciaron ese nombre y en tratar de relacionarlo con el que sabía que llevaba la estación siguiente cuando veo que estábamos llegando a... la estación Z. Sin mucha explicación, y de un tirón de mangas, arrastré a F. y nos bajamos del tren. Y volvimos a empezar con gustito a dejà vu. Por suerte no fue un círculo eterno y algún día volvimos a Buenos Aires.

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