jueves, 26 de agosto de 2010

el capital

Te despertaste hace cinco minutos. Encendés la radio. Justo están pasando un tema que te fascina. Lo escuchás, lo tarareás, lo bailás mientras vas armando la cartera para salir -no olvidar hebillas y cosméticos para los retoques de la jornada-. El tema termina y sigue otro que tanto no te gusta. Te distraés, seguís en tus cosas y, casi sin darte cuenta, te fumás una tanda publicitaria.
Te levantaste temprano para no salir a las corridas. Con la radio todavía encendida te servís un cafecito recién preparado y te disponés a desayunar con el diario que te dejaron en la puerta de calle. Entre noticias y medialunas te tragás unos cuantos anuncios de aseguradoras de autos, ferreterías y promociones de supermercado.
Encendés la televisión para ver la temperatura -la cartera está lista, pero vos seguís en camisón-. Están en propaganda y, mientras esperás que regrese el noticiero tempranero, te enterás de los beneficios de tomar actron, activia, danonino en la plaza, yogurísimo caribeño y otros productos lácteos combinables con la mañana.
Vestida, el pelo seco, el abrigo bien apretado y la cartera al hombro, estás lista para salir. Lo primero que ves al pisar la vereda es el anuncio de la nueva película para párvulos que está anunciada en la construcción que hay frente a tu casa. No le prestás atención, pero te llegó a la retina y el título ya no te resultará absolutamente desconocido cuando alguien te lo mencione. El camino al tren es una sucesión de avisos de jabón en polvo, promociones de celular, espectáculos culturales varios, la nueva línea de autos de Toyota, el irresistible perfume de Antonio Banderas y calzoncillos sexis de señores sin cara. Vas alternando carteles con caras de sueño y te vas imaginando quiénes consumen cuáles de esos productos que nunca probaste.
Llegás al tren. Hoy te toca un viaje hacia la zona norte y el andén está repleto aunque, por suerte, no hay que esperar demasiado. Por supuesto que viajás parada -no calificás para que te den un asiento- y te agarrás de los pasamanos que tan amablemente se encargó Metrovías de recolocar. Te sorprendés al ver, en cada uno de ellos, la publicidad de programas deportivos de un canal de cable.
Tu jornada laboral te lleva de un edificio a otro. Te reunís en salas donde te sirven el café en tazas que cargan con el logo de la compañía con la que te toca interactuar. También lo tiene, a forma de membrete y con el slogan de la empresa, el papel donde van tomando nota tus interlocutores. Obvio: la birome también.
Terminadas todas tus actividades laborales, ya en la otra punta de la ciudad, estás lista para volver a casa.
Elegís el subte, que por la hora que es sabés que un colectivo te va a tener dos horas colgada del caño. Mientras esperás a que llegue -hay una espantosa demora por asuntos sindicales- vas escuchando -te negás a mirar- las publicidades de fideos, calmantes musculares y análisis de márketing que van pasando, sin fin y con exasperante repetición, en las pantallas estratégicamente distribuidas en los andenes. Zafaste del caño del bondi pero no de la lata de sardinas del vagón, paciencia.
Finalmente cerrás la puerta de tu casa. El día fue agotador y querés relajarte yendo al cine. Llamás a una amiga al celular -el teléfono de línea está en desuso-. Lo primero que te aparece en el auricular es el Destino Movistar, que una voz de locutor te serrucha al oído. Combinan película, lugar y horario y te disponés a relajarte quitándote los zapatos y soltándote el pelo.
Al cine llegan temprano porque si hay algo que disfrutás es ver los avances de los próximos estrenos. La cara de Darín te hace creer que un nuevo film lo tiene como protagónico. Notás que no, y sospechás que será una cinta sobre la historia de Buenos Aires, considerando que estamos en el año del bicentenario. Poco a poco te das cuenta de que tampoco, de que esos quince minutos en los que va hablando sólo van construyendo el comercial de los neumáticos Pirelli. Te sorprendés. Pero más te sorprenderá lo que queda por ver, película que elegiste inclusive.
La cama te está esperando y vos estabas esperándola también desde hacía rato. El café con tu amiga se extendió más de la cuenta porque había mucha información novedosa para pasarse una a la otra -por fin tu cerebro procesa información que le interesa-. Cuando tu cabeza se apoya en la almohada, un concepto te aparece claro frente a los ojos: ¿Cómo es posible que otros lucren con tu capacidad de ver y oír y que a vos no te llegue ni una rupia? Activás la imaginación e ideás tu próximo paso: colgarte una alcancía del cuello para que las empresas te paguen por cada publicidad que veas u oigas.

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