lunes, 31 de agosto de 2009

balance

Dice la leyenda que, al nacer, cada uno recibe una bolsa de caracteres con los cuales armará las palabras que escribirá durante toda su vida. Estudiar y leer periódicamente hace que ganemos algunas más pero, fuera de eso, es todo lo que hay y habrá.
Los que no leen ni estudian periódicamente y son conscientes de esta finitud de letras se ven obligados a cometer un nuevo error por cada otro realizado. Así, si usaron una "v" en lugar de una "b", tendrán que cometer otra falta ortográfica cuando les toque escribir alguna palabra que contenga a esta segunda, utilizando la primera en su lugar. Balancear es el asunto.
Es por eso que, cuando tocó escribir el comentario de la foto, recordaron este caso y aplicaron el balance.



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Otra versión sobre el mismo error, aquí.

sábado, 29 de agosto de 2009

argumento convincente

Finalmente llegó el primer cumpleaños de la gordita rozagante. Como además de las pecas heredé de mi abuela la ansiedad, ese mismo día, después de lamentar que sus cachetes estuvieran a 1.600 km de mis dientes, me puse a pensar en cuando el tesorito simpaticón cumpliera su segundo añito. Todo venía muy romántico, muy cursi, cuando, al escuchar hablar del 1 y del 2, y en una directa asociación a los iniciales números naturales, mi cerebro pasó de manera instantánea a la función matemática y las cuentas empezaron a llegar solas, atraídas por el olor a porcentajes que estaba empezando a emanar mi cerebro.

La punta de la madeja fue pensar que cuando el solcito sonriente pase de tener un año a tener dos, su tasa de envejecimiento habrá sido de un 100%. De ahí en adelante se armó el ovillo.

Fui notando que si bien en su segundo cumpleaños envejecerá un 100%, al año siguiente esa cifra decaerá bruscamente en un 50%, mientras que en el cuarto cumpleaños pasará al 33,3%. Siguiendo la línea de razonamiento, cuando llegue a los cincuenta años el incremento de su edad será de 1/49, que es algo así como 2,04%. En definitiva, que cada año envejecemos considerablemente menos que el año anterior.

Permítanme un plano más matemático aún: todos estos números pueden resumirse en la función 100*1/edad_anterior %. Si nos pusiéramos a hacer estas cuentitas fáciles y graficáramos los números resultantes, dibujaríamos una curva muy bonita con forma de tobogán que nos iría llevando cada vez más cerca del cero, aunque sin tocar al cero jamás; por supuesto que nunca nos llevará a los números negativos como para hacernos entrar en un tramo de desenvejecimiento absoluto, ¡tampoco se me entusiasmen de esa forma!, pero supongo que, aunque del lado de los positivos, un número menor a dos conforma a cualquiera.

Afortunadamente la peor parte de este gráfico lo pasamos cuando sólo sabemos que es efectivo llorarle a los adultos para que nos levanten lo que tiramos al piso o nos den más papilla, y aún no tenemos noción de números, de porcentajes, de envejecimiento y, mucho menos, de lo que la edad significa(*).

Ahora ya lo saben: cuanto más grandes somos, menos motivos para quejarnos por la edad tenemos. Y la próxima vez que me vengan con que cumplen años y ¡qué horror! ¡me estoy poniendo viejo!, los voy a invitar a que se animen a decirle eso en la cara a risitas demidentadas, que se encuentra en la cumbre de la curva de envejecimiento, a ver qué les contesta.


(*) Tenía algo así como cinco años cuando se me ocurrió preguntarle a mi mamá cuántos años hacía que había nacido. Fue toda una revelación para mí saber qué se festejaba y qué se contaba en cada cumpleaños.

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martes, 25 de agosto de 2009

era un concierto de música culta (*)

La ciudad: Praga. El lugar: el Museo de Ciencias Naturales. El motivo: Dvorák y otros compositores serían interpretados por un conjunto de músicos, según el folleto publicitario, de renombre internacional. De haber tenido ropa elegante, la habría usado en aquella ocasión. Pero no; fui con la misma ropa con la que había visitado el puente de Charles y el Castillo con su hermosa iglesia, y con la misma ropa con la que me asomé al callejón del oro -donde se encuentra la que fue la casa de Kafka- pero que no recorrí. Ahí estaba ahora, ingresando al museo con mi ropa informal y trajinada.

Empiezo a subir las escaleras centrales cuando veo que en el primer descanso están afinando un clavicordio. ¡Qué gracioso! Pareciera que fueran a dar el concierto aquí, comenta un pensamiento que me asalta. Mi voz interior se anuncia ¡Knoc knoc!, e informa: el concierto lo darán aquí. Fíjate los almohadones que se distribuyen entre los peldaños del siguiente tramo de la escalinata (vaya uno a saber por qué a mi voz interior se le da por hablarme así). Efectivamente, cada escalón tenía alrededor de cinco almohadones en los que la gente podía ubicarse sin enfriarse las asentaderas a causa del frío del mármol. Seguí mirando y vi que en los escalones superiores había unas comodísimas sillas. Dado que estoy en tratamiento de recuperación de hippismo y que habíamos caminado todo el día y que llegamos temprano, nos acomodamos arriba de todo, en eso que era mucho más que un almohadón sobre cuatro patas.

Poco a poco el lugar fue llenándose. Como si fuera de lo más lógico, todos se acomodaban sobre los escalones sin el menor gesto de sorpresa. Hasta que llegó ella. Pollera larga. Tacos aguja. Tapado oscuro. Bufanda de visón. Y una sonrisa de "me están cargando" que crecía a medida que recorría el lugar con la mirada. La cabeza giraba, subía y bajaba y siempre la mueca de sonrisa enrarecida. Evidentemente no se había preparado para ese escenario. Llegó en un grupo de cuatro, algo así como los padres y dos hijos. Los menores, ya adultos también, se acomodaron divertidos. El hombre, que en este supuesto esquema vendría a ser el padre, fue veloz y ubicó su cuerpo trajeado en una silla al lado de los concertistas. Con la mirada y las manos le indicaba a la mujer que se sentara a su lado, en una de las últimas dos sillas disponibles. Ella no se decidía, incrédula aún. Sorprendida. Pero otros llegaron y se sentaron junto al hombre, ganándole el sitio. Él, con gesto de "te avisé; ahora perdiste", la renegaba. Ella, rendinda, resignada tal vez, se sentó en un almohadón y siguió charlando con sus supuestos hijos. Distraje mi atención de la familia emperifollada cuando los músicos dejaron de afinar sus instrumentos. Y en cuanto la música estalló, cerré los ojos y me dejé llevar.


(*) La frase es el inicio de la canción "El concierto", de Leo Maslíah, que es muy divertida y la adoro. Para quienes quieran leer la letra, acá les dejo un link.
http://lacuerda.net/tabs/l/leo_masliah/el_concierto.shtml
Si además quieren escucharlo a él cantándola, algo que no tiene desperdicio, acá dejo otro link y un grito de ¡YouTube, te amo!
http://www.youtube.com/watch?v=JXbE9F89mKc

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viernes, 14 de agosto de 2009

esclavitud en la tierra

Es por todos sabido que la esclavitud en la Argentina ha sido abolida hace más de cien años. Sin embargo no todos se han enterado ni se dejan gobernar por la legislación del país. Pese a que muchos sabemos de sus políticas esclavizantes, no encontramos sentido a hacer denuncia alguna. Ellas, por su parte, ni argumentan razones ni se defienden. No sienten ningún compromiso por justificar su accionar. Quienes las conocemos sabemos que responden a órdenes de su patrona. Y que, probablemente, no podrían alimentar a sus hijas y compañeras de no ser por el producto de sus esclavos. Ellos, por supuesto, sólo reciben alimento como paga por su trabajo. Y no se quejan. Tal vez no imaginen otra vida ni sepan de reclamos y recompensas. Así es como funciona el círculo y así es como nos acostumbramos a apañarlo. Hasta hoy.

La que destruyó su ejército de cochinillas fui yo, señoras hormigas. Porque no será mi balcón albergue de sus actividades ilegales ni mis plantas quienes se lo sustenten.

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martes, 11 de agosto de 2009

realismo mágico: sus orígenes

Puedo decir con seguridad que el realismo mágico llegó a mi vida varios años antes de haber leído a García Márquez. O a cualquier otro que haya gustado plasmar esa corriente artística en la literatura. O en la pintura.

Llegó de la mano de mis compañeros de grado y en edad muy temprana. Y llegó en tono de amenazas... o advertencias, según el espíritu con que se lo tomara uno. ¿A quién no le dijeron alguna vez que si un viento te encontraba con los ojos torcidos te dejaría bizco por el resto de tu vida? ¿Quién no escuchó que aguantarse mucho tiempo las ganas de ir al baño provocaba una subida de pis al corazón con la obvia consecuencia de una muerte inmediata? Creo que todos, alguna vez, hemos sido testigos o partícipes de aseveraciones tan científicas como ésas.

Un tenue dolor en la espalda me hizo recordar una más: el mito de la hernia. Durante mi infancia, ante tantas advertencias de que si hacía un esfuerzo superior a mis capacidades me provocaría una hernia, acabé preguntando qué era lo que la hernia era. Obtuve como respuesta que la hernia era una protuberancia que se hacía en el ombligo cuando uno hacía mucha mucha mucha fuerza. No es de extrañar, entonces, frente a tal descripción, que mi mente tomara caminos similares a los que los misterios de la biología barrial me tenían acostumbrada y la figurara como un choricito de carne saliendo del ombligo, como proyectándolo desde las entrañas. Cantidad de veces traté de imaginar el proceso. ¿Sería instantáneo o pasarían semanas entre la fuerza extrema y la concreción del chorizo de ombligo? Nunca me lo aclaró nadie; tal vez ni siquiera lo pregunté. Pero tampoco podía dudarlo: ¡al tío de alguien le había pasado!

Con este peregrinaje de acontecimientos tremebundos, y con mi inigualable imaginación de alto vuelo ¿cómo pretenden que pueda dormir como si nada hubiera pasado cuando leo sobre espantos de mujeres que se sientan en las orillas de las camas, o sobre niños que nacen con cola de chancho, o, incluso, sobre muertos que siguen participando en reuniones familiares sin que a alguien le resulte extraño?

¿Cómo quieren que deje de mirarme el ombligo cuando me duele la cintura por el peso que levanté?

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sábado, 1 de agosto de 2009

revelación

Esto es casi como abrir la ventana indiscreta. Está basado en un hecho real y acabo de juntar las frases de mi propio mail.

Poquitísimo tiempo atrás envié un correo que contenía esta oración:

Ojo que la tecnología avanzó mucho má, eh. Las muñecas con las que querés jugar ahora se dejan vestir pero también se revelan.

A lo que mi hermana mayor, en un acto de sublime pedagogía, respondió:

Valentina se revela como una niña fascinante pero se rebela contra su abuela porque quiere que la deje en paz.

No puedo hacer alarde frente a este párrafo, con su correspondiente error ortográfico, porque no hace dos meses que me corrigieron exactamente lo mismo, pero sí puedo poner lo que me mandó mi hermana. Y eso hago. Aun a costa de revelar secretos familiares y ortográficos.



Ayúdenme y armen ustedes una frase análoga a la corrección que me enviaron a mí, pero con lo que dice de Kiko.

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