martes, 11 de agosto de 2009

realismo mágico: sus orígenes

Puedo decir con seguridad que el realismo mágico llegó a mi vida varios años antes de haber leído a García Márquez. O a cualquier otro que haya gustado plasmar esa corriente artística en la literatura. O en la pintura.

Llegó de la mano de mis compañeros de grado y en edad muy temprana. Y llegó en tono de amenazas... o advertencias, según el espíritu con que se lo tomara uno. ¿A quién no le dijeron alguna vez que si un viento te encontraba con los ojos torcidos te dejaría bizco por el resto de tu vida? ¿Quién no escuchó que aguantarse mucho tiempo las ganas de ir al baño provocaba una subida de pis al corazón con la obvia consecuencia de una muerte inmediata? Creo que todos, alguna vez, hemos sido testigos o partícipes de aseveraciones tan científicas como ésas.

Un tenue dolor en la espalda me hizo recordar una más: el mito de la hernia. Durante mi infancia, ante tantas advertencias de que si hacía un esfuerzo superior a mis capacidades me provocaría una hernia, acabé preguntando qué era lo que la hernia era. Obtuve como respuesta que la hernia era una protuberancia que se hacía en el ombligo cuando uno hacía mucha mucha mucha fuerza. No es de extrañar, entonces, frente a tal descripción, que mi mente tomara caminos similares a los que los misterios de la biología barrial me tenían acostumbrada y la figurara como un choricito de carne saliendo del ombligo, como proyectándolo desde las entrañas. Cantidad de veces traté de imaginar el proceso. ¿Sería instantáneo o pasarían semanas entre la fuerza extrema y la concreción del chorizo de ombligo? Nunca me lo aclaró nadie; tal vez ni siquiera lo pregunté. Pero tampoco podía dudarlo: ¡al tío de alguien le había pasado!

Con este peregrinaje de acontecimientos tremebundos, y con mi inigualable imaginación de alto vuelo ¿cómo pretenden que pueda dormir como si nada hubiera pasado cuando leo sobre espantos de mujeres que se sientan en las orillas de las camas, o sobre niños que nacen con cola de chancho, o, incluso, sobre muertos que siguen participando en reuniones familiares sin que a alguien le resulte extraño?

¿Cómo quieren que deje de mirarme el ombligo cuando me duele la cintura por el peso que levanté?

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4 comentarios:

  1. Quién no se ha creído alguna vez algo así! Es una pena perder esa inocencia, porque a cambio nos hacemos al crecer de valores poco menos queribles.
    Hay quienes no crecen y siguen creyéndose cosas por el estilo. Al contrario de lo que piensa la gente, no son pavos, sino ilusos o eternos soñadores, que aún esperan que alguien les confirme esas cosas tan locas e imposibles, que sin embargo creemos con tanta fe y fervor, propio de la edad, de la inocencia, de la magia de creer.

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  2. Qué linda observación, Neto. Nunca se me ocurrió pensar que los que creen esas cosas son eternos soñadores. Sí muchas veces que, desde la ingenuidad, buscan dar respuestas a cosas que lo superan. Otras muchas veces, que son alternativas menos refutables pero más asustadizas para un niño que el propio hombre de la bolsa. ¿Sabe la cara que ponía mi compañerita que me decía que si no iba al baño se iba a morir? Es el día de hoy que no sé si la explicación que le dio su madre fue por ingenua o por perversa.
    Me quedo pensando en su comentario.
    un beso

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  3. es cierto!!! todas esas cosas me las dijeron a mi también, y estoy tratando de recordar otras... como comer sandía con vino tinto...?

    y uno las cree, si te las dicen tus padres, que otra queda???

    un beso

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  4. nadasepierde, totalmente de acuerdo: cuando las dicen nuestros padres, estamos fritos. Hasta que nos hacemos grandes, claro.
    La sandía con vino tinto la probé sin proponérmelo. Y aquí me tienen... posteando :)
    Un beso.

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