martes, 25 de agosto de 2009

era un concierto de música culta (*)

La ciudad: Praga. El lugar: el Museo de Ciencias Naturales. El motivo: Dvorák y otros compositores serían interpretados por un conjunto de músicos, según el folleto publicitario, de renombre internacional. De haber tenido ropa elegante, la habría usado en aquella ocasión. Pero no; fui con la misma ropa con la que había visitado el puente de Charles y el Castillo con su hermosa iglesia, y con la misma ropa con la que me asomé al callejón del oro -donde se encuentra la que fue la casa de Kafka- pero que no recorrí. Ahí estaba ahora, ingresando al museo con mi ropa informal y trajinada.

Empiezo a subir las escaleras centrales cuando veo que en el primer descanso están afinando un clavicordio. ¡Qué gracioso! Pareciera que fueran a dar el concierto aquí, comenta un pensamiento que me asalta. Mi voz interior se anuncia ¡Knoc knoc!, e informa: el concierto lo darán aquí. Fíjate los almohadones que se distribuyen entre los peldaños del siguiente tramo de la escalinata (vaya uno a saber por qué a mi voz interior se le da por hablarme así). Efectivamente, cada escalón tenía alrededor de cinco almohadones en los que la gente podía ubicarse sin enfriarse las asentaderas a causa del frío del mármol. Seguí mirando y vi que en los escalones superiores había unas comodísimas sillas. Dado que estoy en tratamiento de recuperación de hippismo y que habíamos caminado todo el día y que llegamos temprano, nos acomodamos arriba de todo, en eso que era mucho más que un almohadón sobre cuatro patas.

Poco a poco el lugar fue llenándose. Como si fuera de lo más lógico, todos se acomodaban sobre los escalones sin el menor gesto de sorpresa. Hasta que llegó ella. Pollera larga. Tacos aguja. Tapado oscuro. Bufanda de visón. Y una sonrisa de "me están cargando" que crecía a medida que recorría el lugar con la mirada. La cabeza giraba, subía y bajaba y siempre la mueca de sonrisa enrarecida. Evidentemente no se había preparado para ese escenario. Llegó en un grupo de cuatro, algo así como los padres y dos hijos. Los menores, ya adultos también, se acomodaron divertidos. El hombre, que en este supuesto esquema vendría a ser el padre, fue veloz y ubicó su cuerpo trajeado en una silla al lado de los concertistas. Con la mirada y las manos le indicaba a la mujer que se sentara a su lado, en una de las últimas dos sillas disponibles. Ella no se decidía, incrédula aún. Sorprendida. Pero otros llegaron y se sentaron junto al hombre, ganándole el sitio. Él, con gesto de "te avisé; ahora perdiste", la renegaba. Ella, rendinda, resignada tal vez, se sentó en un almohadón y siguió charlando con sus supuestos hijos. Distraje mi atención de la familia emperifollada cuando los músicos dejaron de afinar sus instrumentos. Y en cuanto la música estalló, cerré los ojos y me dejé llevar.


(*) La frase es el inicio de la canción "El concierto", de Leo Maslíah, que es muy divertida y la adoro. Para quienes quieran leer la letra, acá les dejo un link.
http://lacuerda.net/tabs/l/leo_masliah/el_concierto.shtml
Si además quieren escucharlo a él cantándola, algo que no tiene desperdicio, acá dejo otro link y un grito de ¡YouTube, te amo!
http://www.youtube.com/watch?v=JXbE9F89mKc

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2 comentarios:

  1. Me puedo imaginar a la nariz fruncida haciendo muecas al ver la disposición del recinto ja. Muy bien relatado doña Shiru. Luces pintorescas previas a un momento único, como lo es un concierto.
    Saludos!

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  2. Muchas gracias, Neto. Fue realmente gracioso ver a la mujer. A su vez también me compadecía con ella. Se había producido tanto... Me habría pasado exactamente lo mismo si hubiera tenido ropa elegante a mano. Digamos que safé de ser la protagonista del relato de pura carambola.
    Saludos

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