miércoles, 15 de abril de 2009

desmesura

El desperdicio de recursos lo ponía nervioso. Sucesiones de ingeniosos aparatos para reducir al máximo sus desechos se le agolpaban en los párpados y le quitaban el sueño. Trasnochaba diseñándolos, diagramándolos y dibujándolos, proyectándolos y organizándolos. Con alguno de sus inventos conseguiría llegar al mundo entero y evitar que el planeta se convirtiera en un gran basural. En muchos meses consiguió archivar cientos de planos definitivos. Ninguno factible. En su confección no sólo había consumido toneladas de fotones por trabajar durante la noche. También papeles, lápices, gomas y marcadores, que iban siendo reemplazados a medida que se agotaban. El cesto con los borradores y los marcadores gastados le hizo notar el desperdicio desmedido que estaba produciendo su obsesión nocturna. Así fue como venció su insomnio y volvió a dormir.

Un mal día escuchó por ahí que encender una lámpara consumía tanto como haberla dejado prendida durante media hora. Moverse por los ambientes de su casa pasó a ser una tortura. No conseguía decidir si convenía dejar todo encendido o ir apagando las luces a medida que abandonaba una habitación. Finalmente ideó y diseñó, bajo el rayo del sol, una intrincada red de rieles que surcaran los techos de su casa con un foco que detectara su presencia y lo siguiera por donde se moviera. Con esto no sólo no tenía que medir cuánto tiempo se ausentaría de un lugar para saber si apagar o no la luz, sino que nunca habría dos lámparas encendidas al mismo tiempo. Lo instaló durante un fin de semana. La cantidad de energía que consumía el robotito en detectarlo y seguirlo durante la noche era equivalente a la que consumían todos los artefactos eléctricos de la casa, veladores incluidos, funcionando veinte horas seguidas. A la bolsa de marcadores y papeles se sumaron entonces metros de guías metálicas y cables de electricidad.

Con el agua ya tenía la obsesión desde muy niño. Los ahorros básicos los conocía al dedillo, tanto los que pudieran realizarse en el baño como los de la cocina. Pero pasó a considerar que cuanto hacía no era suficiente, y a sus habituales baños cortos le siguieron los baños esporádicos; al lavado de vajilla con el agua justa le siguió una gran palangana donde se iba dejando en remojo todo lo que debía lavarse. El agua se cambiaba una vez a la semana y los platos del séptimo día se lavaban en un agua pestilente. Comenzó a enfermarse con frecuencia. Los medicamentos que le recetaban venían en cajas de cartón con prospectos de papel que se repetían en cada compra, desconociendo que ya habían sido leídos días atrás por el enfermo. Los blisters de las píldoras no podían recuperarse. No sólo no había tecnología suficiente para reciclar el plástico y el metal: tampoco para separar uno del otro. La visión se le nublaba cuando los remedios se terminaban y caja, prospecto y blister se perdían entre los nudos de cables, marcadores y rieles.

Al final se hartó de la ecología y se compró una lancha. A motor y con farol.

6 comentarios:

  1. Lindo cuento. Tiene un estilo Dolinesco. Podría ser un cuento de Crónicas del Ángel Gris.

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  2. sergio!: tenés mucha razón. En cuanto leí tu comentario me acordé del cuento del señor que sabía que moriría un lunes (o martes, o miércoles... lo mismo da). Me gustó tu observación.

    Saludos.

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  3. Me encantó. Kafkiano diría yo.

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  4. Gracias, Dennis.
    Para valorar su comentario me falta Kafka en la estantería.

    Saludos.

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  5. Empecé por el principio, como corresponde, y hasta acá llegué. Y leyendote me sentí reflejada varias veces. Estar en una estación en Paris y escuchar a dos tarados burlarse en castellano de alguien, hasta que les dije ustedes son unos vivos bárbaros, argentinos tenían que ser, y fue la misma reacción que la que contás, y la sorpesa por los baños del 1° mundo y como cuidan el agua...y el asombro al leer el diario y encontrar esos errores...y en la era del word y los correctores de texto!...y ya que estoy te cuento que me llamo Ana, pero al rato soy Anita, y que el hombre que amo me llama "negra" aunque de negra no tengo ni un pelo pero me encanta!
    te sigo leyendo.
    Me encantó el cartel para la cocina, espero que finalmente lo pongas, y cuentes los resultados...y hablando de cocina, también a mi me comieron lo que dejé en la heladera de la oficina.
    Todos los comentarios en uno!
    un beso

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  6. ¡Bienvenida, Ana! Qué bueno tenerte por acá. Hace tiempo que te vengo leyendo y tu blog me gusta mucho.

    Te respondo por temática :)
    Paris: Parece que andamos distribuyendo tarados por todo el mundo, che.
    Diarios: si querés sumarte a la movida, recibo "recortes digitales".
    Apodos: menos mal que contaste el nombre, o te saludaba como nadasepierde :)
    Cartel: ohhh. qué increíble que también en tu oficina habiten los OMNIs. Sentite libre de pegar el cartel. Pero a cambio de que me cuentes el resultado (bueh... y si ponés la referencia no me ofendo).

    Hasta pronto.

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