jueves, 18 de febrero de 2010

rutinas

"Nos gustaba realizar construcciones que llamábamos "módulos". En una papeletita escribíamos en versos sencillos tres o cuatro frases, en las cuales tratábamos de engastar un pequeño fragmento del mosaico del mundo, a la manera como se engastan piedras en metales. También al construir aquellos módulos empezábamos con las plantas, y siguiendo aquel camino llegamos cada vez más lejos. Describíamos de ese modo las cosas y sus metamorfosis, desde el grano de arena hasta los acantilados de mármol y desde el segundo fugaz hasta las estaciones del año. Al atardecer nos pasábamos el uno al otro las papeletas y, una vez leídas, las arrojábamos al fuego que ardía en la chimenea."
Ernst Jünger - Sobre los acantilados de mármol

Llegó a mis manos, de parte de y recomendado por alguien a quien acababa de saludar por primera vez en mi vida, un libro en el que me encontré en múltiples hojas. La magia de la literatura se hace presente incluso de esta manera, y me hace feliz saber que supe encaminar mi vida de manera que me llevó a estar en el lugar y momento precisos para que me tocara con su brillo.

Del narrador, la pasión por las plantas y su colección de hojas fue lo primero que encontré cercano a mí. Y cuando describió la rutina-ritual que llevaba a cabo con su hermano quedé conmovida recordando mi relación con mi hermana en nuestros años de infancia y adolescencia.

Definitivamente nuestras noches respondían a un patrón. Como si se tratara de una rutina organizada extendíamos la jornada hasta las dos de la mañana, hora en que terminaba el programa de radio que escuchábamos religiosamente mientras hacíamos tareas escolares o poníamos orden en nuestra habitación. Recién después cambiábamos el dial a una radio musical y nos disponíamos a acostarnos. Pero por más cansancio que tuviéramos, y por más que hubiéramos pasado el día juntas, todavía nos quedaban conversaciones por cerrar, cuando no por iniciar. Así, la oscuridad del cuarto se iba llenando con charlas que viajaban de una cama a la otra y que, conforme pasaban los minutos, iban transformándose en frases jocosas que terminaban en estridentes risotadas, las cuales, inevitablemente, se sofocaban luego del infaltable pedido de silencio (a gritos) por parte de nuestras hermanas desde la habitación vecina. Las risas frenaban pero no la charla, que se extendía hasta que era vencida por el sueño.

A la mañana siguiente la pregunta era siempre la misma: ¿quién se durmió primera? Hasta estos días sigue abierto el misterio de cómo sería la dinámica del fin de nuestras conversaciones. ¿Sería que una se dormía mientras la otra hablaba? Y la que se quedaba hablando, ¿se daría cuenta? ¿O se quedaba dormida esperando respuesta? ¿O sería que se quedaba dormida mientras trataba de hilvanar la siguiente frase y, mientras tanto, también sucumbia la otra? Lo cierto es que eran muchas las veces en que nos dormíamos sin habernos despedido con el propósito de terminar el día.

Hoy, esporádicamente, me siguen agarrando ataques de risa y verborragia cuando apoyo la cabeza en la almohada. Y no puedo evitar recordar con nostalgia la sintonía con mi hermana en aquellas noches de adolescentes, cuando no nos importaba tener que levantarnos de madrugada para salir al colegio y preferíamos seguir de jarana hasta que las velas no ardieran. Claro: la nostalgia es porque nos daba el cuero.

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2 comentarios:

  1. Lindo lo que cuenta doña Shiru, es lógico que la nostalgia se de una vuelta al pensar en cosas así, uno supone que esos momentos mágicos no tienen fin pero los años y la vida dictaminan otras cosas. ¿O no desearía otra vez repetir esas charlas en la oscuridad?
    Saludos!

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  2. ¡Claro que sí, Neto! Hemos fantaseado con mi hermana en quedarnos a dormir un día en la casa materna sólo para repetir esas charlas en la oscuridad. Al final nunca lo hicimos. ¿Sospecharemos que plancharíamos en cuanto se apague la luz?

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