jueves, 27 de agosto de 2015

60 años

Tendría dos puñados de años cuando un día le pedí a mi papá que me prestara un libro de SU biblioteca porque no sabía qué leer. Fue así como llegó a mis manos mi primer Bradbury. Desde entonces, las imágenes de Marte -todas ellas: las desoladas, las pobladas al estilo marciano, las pobladas al estilo terrestre- me acompañan. También me acompañan las soledades y las sorpresas de los expedicionarios. Y las defensas -psicológicas- de los marcianos. Y las esperanzas renovadas de los nuevos pobladores de un Marte ya habitable, auto exiliados ellos después de tanta segregación e injusticia vividas en la Tierra.

Será por esas imágenes que me acompañan, que las imágenes del Curiosity no me sorprenden. Será por esas soledades y sorpresas y defensas, que habitar Marte no me entusiasma.

Pasaron los años. Leídos muchos libros de Bradbury, llegaron otros autores y otros géneros. Hasta que un día volvió a llegar un Minotauro particular. Esta vez como regalo. De manos de Federico. Hacía poco que nos conocíamos. Con Federico. Se me apareció con un K-Dick (porque estos libros son como los cuadros: un Dalí, un Bodoc). Yo no lo conocía. A K-Dick. Aunque lo había visto en las librerías, sospechaba que era un autor de trilogías de moda. Pero no. Y fue leerlo y habitar otra vez esos mundos alternativos donde las ideas se mezclan con las costumbres y te revuelven la forma de ver la vida.

Dos libros: el uno, primera edición con arrugas, el olor de los ácaros y una historia a sus espaldas, pero también una historia por delante, porque era el primer libro que editaba Minotauro; el otro, impecable, recién salido de la librería, el olor a nuevo, con toda una historia por ser escrita, pero con muchos años de Minotauro sobre las espaldas. Los dos me marcaron un rumbo: el universo de la ciencia ficción, el primero; una persona con la que compartir la vida, el segundo.

Minotauro cumple 60 años. Gracias por cumplir años, Minotauro. Feliz cumpleaños.

lunes, 22 de diciembre de 2014

Horacio Ferrer

Con la tristeza del tango pero con la alegría de su poesía, despido al poeta cuyos versos dieron nombre a este blog. Aquí, en este post inicial, están las razones del nombre Con una golondrina en el motor y la mención de la intención de que éste fuera un espacio de optimismo y pasión. Con felicidad, años después, vengo a releer esas palabras que vaticinaron lo que finalmente fue: un espacio que me desató la pasión por la escritura. El optimismo fue llegando a medida que vi que se puede cambiar y elegir nuevas cosas y animarse a mucho más. Desde este blog, tiro sombreros y claveles al aire para decirle adiós a Horacio Ferrer.

sábado, 7 de mayo de 2011

escribir escribiendo

Parece una burla: busco desintoxicarme de la vida frente al monitor paseando por jardines y recogiendo frutos de árboles extraños y la consecuencia inmediata es una feroz necesidad de ponerme a escribir (frente a la máquina, por supuesto, que de lo contrario tardaría años). Pero no de ese “escribir algo en particular” sino de escribir como mero ejercicio de volcar la cabeza en un papel con lo que quiera surgir de ella y abandonarme a ese relajo en que quedo cuando consigo empezar un texto que puede ser continuado trazando el camino que a él se le antoje.
Encontrar ese momento en que la ansiedad -la permanente, la que es ansiedad de cualquier cosa- se sosiega y se pueden cerrar chats, cuentas de correo y el sinnúmero de ventanas de entretenimiento de lo más efímero abiertas en el navegador, es similar al que se debe sentir al iniciar una escalada: uno siente que todo lo demás puede esperar y que en el presente sólo está lo que tenemos enfrente: la hoja en blanco, la montaña interminable. El proceso de alcanzar la cima es de una concentración tal que hace que te olvides de que el tiempo es finito y que, mientras estás escribiendo, claramente no estás llevando a cabo tu imposible meta de leer todos los libros del mundo; ni de cocinar todos los platos que alguna vez quisiste servir en una mesa; ni de escuchar una vez más esas canciones tan hermosas que te erizan la piel; ni de ponerte al día con los discos que jamás escuchaste; ni de.... Estás escribiendo y se terminó. Y es como sentarse a la orilla de un río y dejarse llevar por el sonido del agua en una tarde de sol y con frío, donde uno se siente tan bien y tan vivo que no concibe que exista algo llamado mundo.
Alcanzar la cima ya será haber agotado todo lo que la cabeza tenía para volcar, se haya convertido esto en un texto potable o no. La clave, como en el deporte, está en el ejercicio.
La permanente excusa que me lleva a no sentarme frente al teclado es la falta de ideas, aunque perfectamente sé que se trata de pereza. Y de golpe recuerdo un librito muy simpático, regalo que me hizo Fede en algún cumpleaños, que se llama “Escribir (una antología)” con frases de Henry D. Thoreau, en donde marqué una cita que me pareció muy interesante y que hoy resulta oportuna: “En cuanto a los temas de redacción, bajo el título ‘Miscelánea de pensamientos’, coloca a una [alumna] junto a una ventana para que anote lo que pasa en la calle, y haz que lo comente, o que mire al fuego, o a una esquina donde haya telarañas, y que filosofe, moralice, teorice o lo que sea”. Será cuestión de ponerlo en práctica y, tal vez así, sin ponerme un objetivo claro, consiga los textos que hace tiempo quiero que surjan y siguen sin emerger. Será cuestión de armar la carpeta “misceláneas de pensamientos”.

Para terminar, dejo otra frase del mismo escritor y que puede servir como motor de ideas: “En el perímetro de las costillas de un hombre hay espacio y lugar suficiente para cualquier biografía”.

Hasta pronto.

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jueves, 26 de agosto de 2010

el capital

Te despertaste hace cinco minutos. Encendés la radio. Justo están pasando un tema que te fascina. Lo escuchás, lo tarareás, lo bailás mientras vas armando la cartera para salir -no olvidar hebillas y cosméticos para los retoques de la jornada-. El tema termina y sigue otro que tanto no te gusta. Te distraés, seguís en tus cosas y, casi sin darte cuenta, te fumás una tanda publicitaria.
Te levantaste temprano para no salir a las corridas. Con la radio todavía encendida te servís un cafecito recién preparado y te disponés a desayunar con el diario que te dejaron en la puerta de calle. Entre noticias y medialunas te tragás unos cuantos anuncios de aseguradoras de autos, ferreterías y promociones de supermercado.
Encendés la televisión para ver la temperatura -la cartera está lista, pero vos seguís en camisón-. Están en propaganda y, mientras esperás que regrese el noticiero tempranero, te enterás de los beneficios de tomar actron, activia, danonino en la plaza, yogurísimo caribeño y otros productos lácteos combinables con la mañana.
Vestida, el pelo seco, el abrigo bien apretado y la cartera al hombro, estás lista para salir. Lo primero que ves al pisar la vereda es el anuncio de la nueva película para párvulos que está anunciada en la construcción que hay frente a tu casa. No le prestás atención, pero te llegó a la retina y el título ya no te resultará absolutamente desconocido cuando alguien te lo mencione. El camino al tren es una sucesión de avisos de jabón en polvo, promociones de celular, espectáculos culturales varios, la nueva línea de autos de Toyota, el irresistible perfume de Antonio Banderas y calzoncillos sexis de señores sin cara. Vas alternando carteles con caras de sueño y te vas imaginando quiénes consumen cuáles de esos productos que nunca probaste.
Llegás al tren. Hoy te toca un viaje hacia la zona norte y el andén está repleto aunque, por suerte, no hay que esperar demasiado. Por supuesto que viajás parada -no calificás para que te den un asiento- y te agarrás de los pasamanos que tan amablemente se encargó Metrovías de recolocar. Te sorprendés al ver, en cada uno de ellos, la publicidad de programas deportivos de un canal de cable.
Tu jornada laboral te lleva de un edificio a otro. Te reunís en salas donde te sirven el café en tazas que cargan con el logo de la compañía con la que te toca interactuar. También lo tiene, a forma de membrete y con el slogan de la empresa, el papel donde van tomando nota tus interlocutores. Obvio: la birome también.
Terminadas todas tus actividades laborales, ya en la otra punta de la ciudad, estás lista para volver a casa.
Elegís el subte, que por la hora que es sabés que un colectivo te va a tener dos horas colgada del caño. Mientras esperás a que llegue -hay una espantosa demora por asuntos sindicales- vas escuchando -te negás a mirar- las publicidades de fideos, calmantes musculares y análisis de márketing que van pasando, sin fin y con exasperante repetición, en las pantallas estratégicamente distribuidas en los andenes. Zafaste del caño del bondi pero no de la lata de sardinas del vagón, paciencia.
Finalmente cerrás la puerta de tu casa. El día fue agotador y querés relajarte yendo al cine. Llamás a una amiga al celular -el teléfono de línea está en desuso-. Lo primero que te aparece en el auricular es el Destino Movistar, que una voz de locutor te serrucha al oído. Combinan película, lugar y horario y te disponés a relajarte quitándote los zapatos y soltándote el pelo.
Al cine llegan temprano porque si hay algo que disfrutás es ver los avances de los próximos estrenos. La cara de Darín te hace creer que un nuevo film lo tiene como protagónico. Notás que no, y sospechás que será una cinta sobre la historia de Buenos Aires, considerando que estamos en el año del bicentenario. Poco a poco te das cuenta de que tampoco, de que esos quince minutos en los que va hablando sólo van construyendo el comercial de los neumáticos Pirelli. Te sorprendés. Pero más te sorprenderá lo que queda por ver, película que elegiste inclusive.
La cama te está esperando y vos estabas esperándola también desde hacía rato. El café con tu amiga se extendió más de la cuenta porque había mucha información novedosa para pasarse una a la otra -por fin tu cerebro procesa información que le interesa-. Cuando tu cabeza se apoya en la almohada, un concepto te aparece claro frente a los ojos: ¿Cómo es posible que otros lucren con tu capacidad de ver y oír y que a vos no te llegue ni una rupia? Activás la imaginación e ideás tu próximo paso: colgarte una alcancía del cuello para que las empresas te paguen por cada publicidad que veas u oigas.

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martes, 1 de junio de 2010

al jardín de la república

El día en que soñás que Mercedes Sosa está amasando empanadas en tu casa, te levantás con la sensación de que ese sueño no estaba destinado a vos; de que por algún error esas imágenes, que iban camino a otro paraíso onírico, se desbarrancaron y se colaron en tu habitación, metiéndose en tu historia ya comenzada. Y es cuando te levantás que empezás a tramar argumentos que expliquen su presencia en tu mundo imaginario. No es que te sorprenda que una celebridad se te aparezca en sueños, porque, digámoslo de una vez, no es la primera vez ni será la última. Pero... ¿amasando empanadas?

Ya oí hablar de la teoría de que a todas las personas con las que soñamos las hemos visto alguna vez en la vida. La creo posible porque incluso las sensaciones que tengo en sueños son tan vívidas que estoy segura de que lo que sueño lo he vivido, tal vez en algún otro orden, tal vez con sentimientos asignados a otras situaciones, pero vivido al fin.

Sin embargo nunca estuve en el amasado de empanadas. Mucho menos en compañía de Mercedes Sosa. Y no menciono que el ambiente me resulta totalmente desconocido porque no tiene nada de sorprendente. Y si ni situación ni lugar me resultan familiares, ¿de dónde saqué la imagen de alguien con mangas arremangadas y manos con harina, rodeado de arandelas de masa para el armado de un empanadaje masivo con miras a algún evento cercano y desconocido, para luego atribuírsela a la figura de Mercedes Sosa con su eterna pollera? No digo que la imagen no tenga sentido, no señor, válgame Dios, que si alguien pregonó por las empanadas, ha sido ella en su condición de tucumana. De hecho, no se me ocurre mejor representante para tan sublime alimento. Pero así y todo, que se me apareciera una noche de verano, sin esa comida ni su música de por medio, no me cierra. Me pregunto si su hijo estaría cerca y tuvimos intersección de espacios oníricos. Tal vez un nieto que la recordaba con melancolía en aquella situación, ahora que no está más con nosotros. ¿Quién sabe? Es algo que explicaría cabalmente la imagen tan familiar que acudió a mí aquella noche. La pregunta que me surge ahora es ¿cuál de mis experiencias reales le habrá tocado ver a él? ¿Qué parte de mi vida se le reveló al otro en el encuentro de universos?

En otra oportunidad les cuento de la teoría de los sueños que se apilan en los sitios donde el plumero no alcanza a limpiar. Pero será argumento de otra conversación con ustedes y con el más allá.

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martes, 25 de mayo de 2010

la verdad o la guerra

Desde hacía algún tiempo en este blog nos veníamos preguntando una y otra vez por qué Mambrú se habría ido a la guerra. Como las incertidumbres nos abruman y angustian, partimos a tierras lejanas con ese interrogante en mente y como lanza direccional, en busca de alguna respuesta que nos explicara por qué, ¿¡por qué!?, Mambrú se fue a la guerra (chiribín chiribín chin chin).

Como nuestros pensamientos están en concordancia con el devenir de las situaciones, encontramos, días atrás y en una biblioteca situada en medio de un páramo, un documento que calificamos como vital para los avances de nuestras investigaciones. En él, Mambrú se dirige a un amigo contándole de sus decisiones y sus movimientos. La carta dice así:

'Mi fiel amigo Ubuntu:
Lejano ya a las veladas de grapa y cigarros que compartíamos años atrás, me comunico contigo con el propósito de resucitar una amistad que tanto bien me ha hecho y, confío, tanto bien te ha hecho también a tí.
Mi vida viene siendo una juerga constante desde que, cansado del "cambiame la lamparita", "ayudame con las compras" y "¿cuándo vas a arreglar esta gotera?", decidí poner fin a mis días de tormento y, con un "Vieja, fijate que me tengo que ir, que se armó la rosca en los países conurbanos", lanzado desde la puerta del comedor, abandoné esposa y hogar para siempre jamás. No lo cuento con orgullo, ciertamente no. Pero ha sido una decisión tomada después de varias noches de meditación en el insomnio. Mi matrimonio estaba corroyendo mi paciencia y temí que mi vida se cortara abruptamente a causa de los nervios y los esfuerzos requeridos en mi rol de hombre y marido.
En la huida arrastré conmigo al marido de doña Catalina, el marqués, que se vino sin abandonar su espada autografiada por San Andrés. Se sumó de puro gusto y divertimento cuando entendió qué estaba sucediendo conmigo y cuál era mi propósito, aunque hoy creo que no tomó mi determinación en serio. Así fue como comenzamos nuestro periplo de taberna en taberna y de pueblo en pueblo. Al inicio no hubo más que diversión y confidencias, pero poco después, cuando el alcohol le pegaba mal al marqués, éste comenzaba a llorar y a decirme cuánto extrañaba a su mujer y a sus catorce hijos, a quienes enumeraba por orden de nacimiento y de quienes, en cada ocasión, mencionaba particularidades y hazañas. Las primeras veces que se dio esta situación escuché sus lamentos con atención de amigo, tratando de consolarlo recordándole los gratos momentos que veníamos pasando lejos de nuestras familias. Pero con el tiempo fui entendiendo que él no disfrutaba tanto como yo de la lejanía; y claro, yo no tenía hijos a quienes extrañar sino una esposa quejosa y reclamera que no me dejaba jugar a las cartas con los amigos en la mesa de los dados. Fue entonces que un buen día, con la misma determinación con que se vino conmigo, me informó que regresaba a su hogar, de donde nunca debía haberse ido siguiendo a un quijote frustrado y fracasado, y se fue, finalizando así siete años de correrías y aveturas. Supe, por boca de otro lugareño que encontré tiempo después en una pensión en que habité, que, como última jugarreta, el marqués le jugó un chascarrillo a su mujer al momento del encuentro, haciéndose pasar por otro y contándole de la muerte de su marido. ¡Qué tipazo! Se ve que en el camino le volvió el humor. Aún lo extraño.
Como mencionaba inicialmente, quisiera retomar nuestra amistad, no donde la he dejado sino donde se encuentre ahora. ¿Qué tienes para contarme, querido amigo? ¿Qué ha sido de tu vida y de nuestro pueblo?

Me despido de ti enviándote un fuerte abrazo y dejándote una reflexión final, que me recito cada noche al acostarme:
Hay quienes se pasan la vida tratando de dominar a sus mujeres para su propio beneficio; yo, de farra. ¿Quién es más vivo?'

Con ese interrogante cierra Mambrú su carta y nosotros el post, felices de enterarnos de que hubo Mambrú pero no guerra.

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Fe de erratas: Paula me hizo notar que Catalina acusa 4 ó 6 hijos (según la versión que se encuentre) al afirmar que tiene 2/3 hijas mujeres y 2/3 hijos varones. Desde la redacción de Golondrina hemos revisado la carta con minuciosidad tratando de determinar si acaso habíamos confundido algún pliegue del manuscrito con un "1" delante del cuatro, y no. Claramente Mambrú menciona al Marqués hablando de 14 hijos. Con esto queda clarísimo que este señor, tan marido de Catalina, no sólo la dejó amurada durante 7 años con la mentira de la guerra sino que, además, ocupó ese tiempo en dejar, a modo de sendero, herederos que puedan reconstruir el camino de sus fechorías.
Gracias, Paula, por la observación.

sábado, 3 de abril de 2010

dulce y casero

Desde que unos estudios revelaron restos de esponja y virulana en nuestros estómagos, empezamos a tomarnos el asunto de los alimentos orgánicos con mayor seriedad. Si bien hasta el momento considerábamos que eso de pagar más por productos deformes y mal coloreados era una ingeniosa estafa para los habitantes de la ciudad, alejados desde hace mucho del arte de la labranza y el cultivo, decidimos hacer oídos sordos a nuestros prejuicios y a hacer uso de productos de granjas y huertas naturistas.
Claramente, la decisión vino acompañada por otra: la de frenar el ritmo de pedido de comida a domicilio y empezar a cocinar en casa. Con seguridad eso nos llevaría a una dieta con ingredientes controlados, aunque temíamos correr el riesgo de un desbalanceo nutricional interesante, justo lo que, dicen, se requiere para estar saludables y bien alimentados. Pero no nos amedrentamos: consultamos a varios especialistas y armamos la lista de lo que deberíamos comer periódicamente. Fue así que supimos lo que es comprar lentejas, garbanzos, zanahorias, calabazas, berros, puerros, apios, porotos y acelgas, entre muchísimas otras cosas, y a hacer uso de la cacerola y la olla a presión. Que la cocina se llenara de vapores y de aromas la casa fue un proceso encantador que disfrutamos con sorpresa y alegría.
El bife con ensalada y los pucheros ordinarios dieron paso a platos más sofisticados que fueron requiriendo de nosotros habilidades que habían sido olvidadas en botones y teclados. Con el reclamo (y el gusto) de quien se sabe descartado y luego necesitado, una a una fueron regresando a nuestras destrezas cotidianas.
Con habilidades e ingredientes en nuestro poder, el siguiente paso fue abandonar los fideos secos y empezar a amasar los frescos propios. Nunca habíamos comprado un paquete de harina y, de golpe, la alacena nos la mostraba de a montones con diversidad de ceros, prolijamente apilados y espolvoreados por su contenido. Entre sentirnos dentro de un programa de cocina o dentro de una casa de inmigrantes italianos de mediados del siglo XX, elegimos la última opción y pusimos manos a la obra. Con harina hasta en la nariz amasamos y dimos forma a spaghettis, fetucinis, agnolotis y hasta ravioles. Los ñoquis de papa, por supuesto, no se hicieron esperar.
Poco a poco desapareció también de los tickets de supermercado el pan y cualquier producto de panadería. Con horno suficientemente potente y un madrugón importante, la mañana arranca con panes recién cocinados, listos para ser acompañados por dulces caseros de frutas orgánicas, libres de pesticidas y agroquímicos. Y la tarde, en sintonía con la casa, nos propone siempre algún scon o bizcocho con el que acompañar un mate.

La satisfacción de sabernos capaces de producir alimentos deliciosos con nuestras propias manos nos envalentonó para seguir adelante planteándonos nuevas metas. Y justamente en eso estoy. Ahora me levanto unas horas más temprano y, cuando el pan ya está crocante y con su miga mullida listo para ser desayunado, y el sol apenas se muestra en las ventanas de los edificios más altos, me pongo la campera de media estación y salgo a recorrer jardines y balcones en donde abunden las flores. Allí libro mi batalla diaria con colibríes, mariposas y abejas, en la que se imponen mi dedo prénsil y mi tamaño de humano. Definida la contienda y decididos los espacios, libo flores con pies y manos, consiguiendo acaparar la mayor cantidad de polen disponible en el espacio. En los últimos meses he acumulado unos cuantos frascos, que los enseño con argullo como trofeos por mi maña y por mi fuerza, vencedoras ambas de siglos de evolución de insectos especializados.
Lo que me falta y aún no consigo encontrar es quien me dé una receta para fabricar con ellos nuestra miel casera, último eslabón de nuestra soberbia cadena alimenticia.

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