jueves, 28 de enero de 2010

ausencia, fotones y ciencia

Se habrán sorprendido por mi prolongada ausencia. O, más probable aún, se estarán sorprendiendo ahora por mi reaparición. Algunos, porque habrán creído que abandoné la práctica de escribir por las noches. Otros, los más cercanos, porque habrán creído imposible que volviera a acercarme a una computadora. Pero, como ven, mi espíritu es fuerte y reincidente. Y aquí me tienen. Una vez más como golondrina; una vez más en el motor.

Pasaron ya cuatro meses de lo último que publiqué: sobre la secta de los poetas necrológicos. Qué casualidad que dos días después vine a sufrir un inédito y espeluznante accidente.



Tormenta eléctrica en Buenos Aires.

Augurando que los relámpagos me inspirarían lo suficiente, aquella noche decidí pasarla entre frases y palabras que quisieran ser publicadas. Los preparativos para la ocasión fueron los de costumbre: una jarra de agua helada a un lado, un termo de café dulce y algunos bizcochos al otro; más de lo necesario para no tener que levantarme por una buena cantidad de horas. Por último, la computadora portátil sobre una silla de mimbre y los pies cobijados entre sus patas de madera.

Pasadas unas cuantas ideas y unos montones borrones de párrafos, la tormenta seguía espesándose; los relámpagos se amuchaban cada vez más; los rayos iluminaban la habitación hasta el fondo segundos antes de que los truenos hicieran vibrar los vidrios de mis anteojos. Los fui disfrutando uno a uno, tanto como cada sorbo de café con ralladura de limón. Cuando caen esos aguaceros adoro percibir cómo el ruido del agua pasa a ser el único sonido en el aire, del mismo modo que pasa a ser su único objeto, ya que insectos y animales se esconden en donde encuentren; adoro ver las gotas inmensas moviendo las plantas, arrastrando flores y hojas muertas. En definitiva, con el agua cayendo a borbotones estaba pasando una noche de lo más agradable. Hasta que en un momento un color extraño impregnó el lugar. Cuando levanté la vista y vi cómo un rayo caía en el edificio vecino, todo el barrio quedó a oscuras. Pero de eso me di cuenta apenas por unos instantes. Inmediatamente después estaba con mi atención atrapada por mis pies y mi sopresa. Un dolor sofocante me advertía que mis dedos y empeines estaban siendo atravesados por unas delgadísimas láminas que no podía comprender de dónde venían.

Sí, a través de las hebras de mimbre la luz de mi monitor caía copiosamente con formas variadas pero siempre angulosas, puntiagudas, que se incrustaban definitivamente en la carne. Quién sabe cuánto tiempo pasó hasta que me acordé de la lámpara iluminando la pecera: ahí estaban ellos, pobres pecesitos, desfigurados, amputados, segmentados de la cantidad de agujas luminosas que los alcanzaron. Con los pies desencarnados y en súbito ataque de pánico corrí al dormitorio donde estaba mi marido. Afortunadamente ninguna luz había quedado encendida allí y él dormía apaciblemente, ajeno a lo que estaba sucediendo.

Costó que los médicos creyeran mi historia, pues nadie más se reportó ése ni ningún otro día con accidente similar. Sólo los resultados de laboratorio ("Contenido de las láminas: fotones") de lo que extrajeron con paciencia y sabiduría un ejército de enfermeras pudieron convencerlos, satisfechos de no tener que tenerme fe y sí tener ciencia. Así son los científicos.

Cuatro meses después casi no quedan rastros de cicatriz y camino normalmente. Los médicos han hecho un magnífico trabajo. Los psicólogos también, y este texto lo confirma. Acá estoy de regreso, combatiendo esta nueva fobia que no consigue tener un nombre, pero sí que me cueste acercarme a cualquier aparato que genere luz eléctrica.

La saqué barata. Ahora creo que los poetas necrológicos tienen algún trato con los verdaderos, los de ultramundos, pero les juro que sobre eso prefiero callar.

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5 comentarios:

  1. Doña Shiru, por un lado, alegría de reencontrarme con su presencia y por el otro, absoluta sorpresa por lo que cuenta. Daba por hecho un alejamiento por razones de trabajo, por mudanza, etc, cualquier cosa, menos un accidente y aún más de esas características. Ni se me hubiese imagino una idea así para un relato en mi blog, espeluznante, sin dudas. Me alegro que esté superando ese miedo justificado. Pero sobre todo, que se anime a seguir haciendo algo que hacía con gusto y de forma excepcional.
    Saludos!

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  2. Don Neto, qué alegría verlo por aquí todavía. Creí que no encontraría a nadie, ni siquiera rezagado. Muchas gracias por su comentario. Ya me voy yendo para su blog a ver qué historias lo visitaron en estos meses.

    Saludos!

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  3. shirubana como primer cosa me alegra que estes de regreso, realmente me sorprendió una ausencia tan prolongada. Como segunda cosa quedo sorprendido por tu relato y realmente te dejo mi tardía solidaridad. Como tercer cosa la verdad que la forma como lo relatas es admirable. Abrazo.

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  4. Hola Gustavo. Muchas gracias por pasar, por solidarizarte y por el cálido comentario.

    Desde acá estoy intentando volver a la rutina de la escritura y de la lectura de blogs.
    Saludos,
    Shirubana.

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  5. Estaba pensando en organizar una guerra de fotones (tipo las de almohadones) pero temo que termine en tragedia, vistas las consecuencias de mis pies. Además, ahora que abrí el pico, nadie va a querer sumarse. ¿O sí?

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