sábado, 29 de agosto de 2009

argumento convincente

Finalmente llegó el primer cumpleaños de la gordita rozagante. Como además de las pecas heredé de mi abuela la ansiedad, ese mismo día, después de lamentar que sus cachetes estuvieran a 1.600 km de mis dientes, me puse a pensar en cuando el tesorito simpaticón cumpliera su segundo añito. Todo venía muy romántico, muy cursi, cuando, al escuchar hablar del 1 y del 2, y en una directa asociación a los iniciales números naturales, mi cerebro pasó de manera instantánea a la función matemática y las cuentas empezaron a llegar solas, atraídas por el olor a porcentajes que estaba empezando a emanar mi cerebro.

La punta de la madeja fue pensar que cuando el solcito sonriente pase de tener un año a tener dos, su tasa de envejecimiento habrá sido de un 100%. De ahí en adelante se armó el ovillo.

Fui notando que si bien en su segundo cumpleaños envejecerá un 100%, al año siguiente esa cifra decaerá bruscamente en un 50%, mientras que en el cuarto cumpleaños pasará al 33,3%. Siguiendo la línea de razonamiento, cuando llegue a los cincuenta años el incremento de su edad será de 1/49, que es algo así como 2,04%. En definitiva, que cada año envejecemos considerablemente menos que el año anterior.

Permítanme un plano más matemático aún: todos estos números pueden resumirse en la función 100*1/edad_anterior %. Si nos pusiéramos a hacer estas cuentitas fáciles y graficáramos los números resultantes, dibujaríamos una curva muy bonita con forma de tobogán que nos iría llevando cada vez más cerca del cero, aunque sin tocar al cero jamás; por supuesto que nunca nos llevará a los números negativos como para hacernos entrar en un tramo de desenvejecimiento absoluto, ¡tampoco se me entusiasmen de esa forma!, pero supongo que, aunque del lado de los positivos, un número menor a dos conforma a cualquiera.

Afortunadamente la peor parte de este gráfico lo pasamos cuando sólo sabemos que es efectivo llorarle a los adultos para que nos levanten lo que tiramos al piso o nos den más papilla, y aún no tenemos noción de números, de porcentajes, de envejecimiento y, mucho menos, de lo que la edad significa(*).

Ahora ya lo saben: cuanto más grandes somos, menos motivos para quejarnos por la edad tenemos. Y la próxima vez que me vengan con que cumplen años y ¡qué horror! ¡me estoy poniendo viejo!, los voy a invitar a que se animen a decirle eso en la cara a risitas demidentadas, que se encuentra en la cumbre de la curva de envejecimiento, a ver qué les contesta.


(*) Tenía algo así como cinco años cuando se me ocurrió preguntarle a mi mamá cuántos años hacía que había nacido. Fue toda una revelación para mí saber qué se festejaba y qué se contaba en cada cumpleaños.

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2 comentarios:

  1. Me encantó, aunque el desencanto es que nunca jamás podremos dejar de envejecer. Estoy seguro de que tu teoría le hubiese fascinado a Zenón de Elea.
    Ah, y qué mala costumbre la de los padres de decir "¡cumpliste 4!", y no aclarar cuatro qué. Un primo hermano mío pensó siempre que lo único que le crecían eran las velas, hasta que murió a los 143 años... ¡qué gil! Hubiera entendido lo de los años antes y seguro que se moría a una edad más normal.

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  2. Dennis, ¿será esa costumbre de nuestros padres lo que querrían eliminar las maestras de primario, cuando te decían "¿300 qué? ¿peras, manzanas o kilómetros?" Lamento lo de tu primo... evidentemente no cursó con estas maestras a las que me refiero.
    Prometo que cuando vaya a Elea y me lo cruce a Zenón, le cuento la teoría. Si me sale con una paradoja, lo acogoto.
    Un beso.

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